"MI REFUGIO... EL REFUGIO DEL GUERRERO..."

"MI REFUGIO... EL REFUGIO DEL GUERRERO..."

Tengo un poco de Amergim, hijo de MIL... a veces Guerrero, otras Bardo, Druida, Juez ó Poeta...Supongo que los que me conocen entenderán lo que los ingleses llaman "Bard mood", humor de Bardo... tan pronto alegre como triste, tan pronto de broma como serio.

Tan cambiante como el clima de Irlanda... tan imprevisible...

De nuevo abro las puertas de mi corazón al mundo... porque las puertas de mi alma... ya están rotas...


RESURGIENDO... (OTRA VEZ...)

RESURGIENDO... (OTRA VEZ...)


Después de casi un año que dejé olvidado este bloc, regreso a la carga...

...poco a poco iré añadiendo mis "Pensamientos en Voz Alta...", mis "Paranoias...", aquellas letras que desde hace más de una década fueron llenando las páginas de un libro que nunca vio la luz...

Hoy de nuevo, la luz del recuerdo me invade, y a pesar de lo que piensen u opinen de mi aquellos que me conocen, no voy a guardar por más tiempo mis pensamientos...

Junto a mis "Pensamientos..." (a mi me gusta llamarlos "Paranoias..."), añadiré de vez en cuando relatos de otros autores (firmados, por supuesto) que me han llamado la atención en alguna ocasión.

Espero sepan leer mis "paranoias", pues a veces son pensamientos que sólo expresan sentimientos sin sentido, otras sólo son fantasías sin ningún enlace con la realidad, pero en todas ellas expreso algo entre líneas...


...es una suerte para aquellos que son como yo... (cobardes...), lo que se puede llegar a decir a través de las letras.


Hasta muy pronto...

Dewa Matta...

sábado, 24 de mayo de 1997

La Luna... (2ª Parte)

LA LUNA (2ª Parte)

(Parte II)


Y comenzó a hablar...

CONTINUARÁ...


“Esto que os voy a contar sucedió hace mucho, mucho tiempo, en un lugar muy lejos de aquí.

Es la historia de un hombre que estaba enamorado de la luna.
Pero aquel hombre no era feliz. Y no lo era porque no tenía lo que más deseaba.
Su vida era gris. Sus días eran monótonos, siempre de casa al trabajo y del trabajo a casa, sin hablar con nadie, sin una sonrisa en su cara.

Se pasaba el día inquieto, esperando que llegase la noche, y cuando por fin llegaba, no era capaz de dormir porque estaba deseando verla. ¡Ah!, cuanto ansiaba ver su brillo... Pero intentaba resistirse, como si tuviese miedo. Quizás era por si llegaba el día en que ella no estuviese en el cielo para él.

No importa. Lo cierto es que se acostaba sobre la cama, desnudo y sudoroso, y en aquel momento comenzaba su tortura. Sentía la necesidad de levantarse y salir. Pero cada noche era más difícil para él. Tantas y tantas noches sin apenas dormir, en compañía de la luna, iban acumulando el cansancio en su cuerpo. Pero cada día vencía ese cansancio y tarde o temprano acababa poniéndose la ropa y saliendo por la puerta para acudir a aquella llamada que sentía en su cabeza y en su corazón.

Y así pasó mucho tiempo, con días grises y noches de esperanza en las que declaraba sin cesar su amor a la luna.

Pero llegó una noche en la que algo parecía diferente. Aquel día llegó un poco más temprano a casa, y durante el tiempo que pasó hasta que se puso el sol, tuvo una extraña sensación, como si algo fuese a ocurrir.

Como todas las noches, se acostó en la cama, y como siempre, sintió la necesidad de salir. Con la respiración entrecortada se levantó y se vistió despacio, con calma, con la serenidad intranquila de cuando te preparas para algo que sabes que va a pasar. Hacía las cosas con parsimonia. Se puso los pantalones, una camiseta y se abotonó la camisa. Se calzó los zapatos y cogió las llaves dispuesto a salir, deseando ver de nuevo a su amada. Y así, atravesó la puerta.

Era otoño y cuando salió a la calle y sintió el viento frío de la noche sobre su cara no pudo evitar que una lágrima resbalase por su mejilla. Levantó los ojos y allí, en el cielo, en su morada oscura, ella lo miraba. Y él le sonrió. Sólo ella era capaz de arrancar una sonrisa de sus labios. Ella hacía desaparecer todas las penas del día, todas las penas de su vida. Y aquella noche su blanco resplandor llegaba a sus ojos una vez más, como había hecho durante tantas y tantas noches desde hacía tanto tiempo.

La luna, su amada, siempre presente y siempre inalcanzable, contemplaba el mundo rodeada por un manto estrellado.

El podía ver en su blanca superficie toda la belleza que envolvía al mundo, el mar azul y calmo, extendiéndose más allá del horizonte, el color del cielo crepuscular en una cálida tarde estival o el brillo de los ojos dulces y contentos de una niña en la flor de la vida.

Porque a pesar de que él era un hombre solitario, introvertido, cerrado en sí mismo, la luna conseguía sacar lo más puro de su interior, aquellos sentimientos que el mantenía escondidos, ocultos de miradas que los pudiesen descubrir y destruir. Eso hacía que no tuviese amigos, casi ni siquiera conocidos. Pero él nunca había tenido necesidad de nada más, o eso era lo que le gustaba pensar.

¡Ah!, pero aquella noche era diferente. Todo era distinto. El aire, el brillo de la luna, él mismo. Todo.

Echó a andar sin destino. Un paso tras otro, con la cabeza baja. El suelo mojado resonaba bajo sus pies, produciendo un sonido que se extendía a través de la ciudad, por las calles desiertas y tristes.

Caminó durante horas, sin abrir la boca ni por un momento. Y eso no era algo normal. Acostumbraba a hablarle a ella de sus cosas, de lo que le había pasado durante el día, y eso le ayudaba a vencer la angustia que lo invadía cuando no la veía.

Pero aquella sensación de que algo iba a pasar seguía en su pecho. Cerró los ojos durante un breve instante y vio el mar, sereno, con la luz de la luna brillando sobre su superficie, y sintió ganas de tumbarse en la playa y de andar por las rocas escuchando el ruido de las olas rompiendo contra ellas. Así que dio media vuelta y fue a coger el coche. Necesitaba ver el mar, salir de la ciudad, alejar de sí aquella sensación que lo quemaba por dentro.

Encendió el motor y se dirigió hacia una playa que conocía desde pequeño, y en la que no había estado desde hacía mucho tiempo. La noche ya estaba avanzada y ningún coche recorría la carretera solitaria. Era como viajar a través de un desierto. Dentro del coche perdió la noción del tiempo, y cuando se dio cuenta ya estaba llegando a aquel lugar.

Salió del automóvil, mientras la luna seguía brillando en el cielo, rodeada de nubes y estrellas. Bajó a la playa y se descalzó. Sintió la arena fría en sus pies como un bálsamo que suavizó el calor que sentía en su pecho. Y paseó por la playa. Se acercó a la orilla del mar, dejando que el agua mojase sus pies, aspirando su aroma salado, sintiéndose bien. Dirigió sus pasos hacia las rocas que se recortaban contra la oscuridad en el fondo de la playa. Levantó los ojos para ver la luna que seguía allí arriba, imperturbable, radiante.

Subió por las piedras, con sus pasos iluminados por ella. Y en el mismo instante en que se asomaba por encima de una de aquellas rocas, la luna desapareció tras una nube y vio una figura sentada al borde del mar. Y el permaneció allí, mirando pensativo hacia aquella figura, incapaz de moverse. Así estuvo un buen rato, hasta que la figura giró la cabeza hacia él. Y en el momento en que comenzó a andar hacia ella, las nubes se apartaron, y pudo ver que la luna ya no estaba en el cielo.

Y una sensación extraña recorrió su cuerpo...”.

El viejo hizo un alto en su historia. Levantó los ojos, observó la luna, y respiró profundamente.

CONTINUARÁ...
Saikio Shore...
El último Caballero Samurai...

(23-Mayo-1997)

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